viernes, 20 de junio de 2014

279. Bethel

No es un lago: es la carretera que lleva a Bethel
Dejamos Komba y llegamos a Bethel, a apenas 15 kilómetros de distancia pero casi una hora y media en coche.

Aquí vemos menos cabañas de refugiados pero la vista es engañosa y es difícil adivinar una cifra. Nos sentamos en un par de sillas y delante nuestro en un humilde banco de madera un pequeño comité de bienvenida de refugiados.

Los más ancianos del lugar, se turnan en el uso de la palabra. Philippe Abijo, Dombage Gaçon y Vincent.

Lo primero ¿que tal estan?

Caras serias, largas. Nos empiezan a contar que llevan desde Abril y todavía están adaptándose al nuevo lugar de acogida. No difiere mucho de su ciudad de origen que queda a un par de decenas de kilómetros, pero en la República Centro africana.

"Hemos ido llegando en grupo, aisladamente, un par de familias... "

Philippe nos cuenta: "un día llegaron al pueblo los hombres armados (no preguntamos si eran Anti balaka o restos de Seleka, realmente, no nos importa saber quienes eran si no la reacción que provocaron).
Cabaña en Bethel
Habíamos oído que estaban cerca pero no habían llegado hasta nuestra aldea. En cuanto llegaron, al día siguiente toda la aldea cogió sus bártulos y se fue". ¿Toda la aldea? "Toda".

Imaginaros ahora un pueblecito tranquilo, con varios centenares de casas que presa del pánico pone pies en polvorosa con los puesto.

¿Que hacéis durante el día? "No hay mucho que hacer. Algunos han perdido permiso a los habitantes de este pueblo para que nos dejen trabajar la tierra y han accedido. Otros hacen pequeños trabajos pero la gran mayoría no hacemos nada, esperando que las cosas se calmen o que alguien nos ayude". Pero todo indica que ninguna de estas dos situaciones se van a producir.

De izquierda a dcha. con Camara, Celestine, Sidiki e Ibrahim
"Hay poca agua en el pozo y ademas es de poca calidad, no nos gusta... pero no hay otra".

Nos damos un breve paseo por Bethel y nos enseñan las cabañas que se han construido. Parcidas a las de Komba, muy rudimentarias con paja, maderas, plásticos que han encontrado.

De nuevo baile de cifras y no nos queda claro que los 3.700 refugiados que dicen que son estén ahí. Aunque las cifras se hayan hinchado un poco, no son despreciables.

Volvemos a Moissala, y de regreso a Ndjamena.


Una visita interesante en lo personal, algo cansada pero muy dura en el aspecto humanitario en lo humanitario.


Venir de una crisis olvidada es como volver de un incendio en el que nadie ha llamado a los bomberos.


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