Hoy rompiendo la regla de escribir sobre África o sitios que he estado (aunque el Caucaso no queda tan lejos), os propongo ir a Samarkanda. No me diréis que no suena bien. Samarkanda, la ruta de la seda, misterio. Como Zinder o Zanzibar, decir Samarkanda es decir esplendor pasado o viajeros aventureros. Rápido, situación. ¿Dónde está? Uzbekistán (uf, quizá algún lector le cuesta ubicar Uzbekistán en la nevera de la memoria. Fácil, método tarresiano: lo que acaba en Stan, tiene que quedar por el centro occidental del continente asiático, donde no este China o Rusia, no tiene perdida. Pero para localizarlo aún mejor y como todos los vecinos de Uzbekistán acaban en stan podríamos decir que está más arriba de Irán, encima de Afganistán, y claro un poquito más abajo de Rusia. ¿Nos ubicamos? Seguro que sí. Así que volvemos a Samarkanda, en Uzbekistán. Pero al hablar de una ciudad milenaria de más de 2.700 años de antigua (es decir, casi tanto como Roma) implica que nos olvidemos del país y nos centremos en su ubicación histórica: la ruta de la seda. Allí llego Alejandro Magno (algún día hablaremos de este tipo) y allí se consiguió uno de los mejores secretos guardados por los chinos, la fabricación del papel que enseguida llegaría a Europa. Allí llegó tan bien Gengis Khan y todos los conquistadores que querían hacer de la inmensidad de Asia su reino particular. En el siglo XVI empieza su decadencia (como veis, bastante más tarde que Roma) y más tarde cae en manos rusas. Volvió a ser capital durante 5 años y hoy es la segunda ciudad del país.
Samarkanda representaba, en su época de máximo esplendor todo lo que un viajero podía esperar cuando llegaba a ella: riqueza, comercio, lenguas y religiones habitando en armonía, encrucijada de paso a nuevas tierras inexploradas y un mundo de sensaciones nuevo. Que se lo pregunten a Marco Polo o a Arriano de Nicomedia. Estoy seguro que todavía quedan lugares así.
Y ahora viene lo bueno. El gran vinculo existente entre Samarkanda y Madrid.
Volvamos a viajar en el tiempo. El rey castellano Enrique III empieza a escuchar historias sobre un rey timúrida que extiende su imperio desde Turquía hasta la India y cuya capital es una ciudad imperial llena de artesanos y orfebres. Estamos en el siglo XV y Samarkanda es esa ciudad. Así que ni corto ni perezoso, coge a un embajador con el fin de saber si todas esas maravillas son ciertas y para proponerle, a dicho emperador, el gran Tamerlán una alianza para luchar contra los turcos. Y allí se fue nuestro amigo, un madrileño que quedó impresionado por que todo lo que había oído era cierto. Os podéis imaginar la estampa, a medida que se acercaba a la ciudad le llegaban más detalles de la magnificencia de Tamorlan, para lo bueno y para la malo.
Una de las historias que circulaban era que no era fácil engatusar al rey porque este tenía un anillo con una piedra clara y cuentan que cuando alguien le engañaba, el anillo se oscurecía e ipso facto, el rey le cortaba la cabeza al incauto. Y claro pedir audiencia implicaba que el que quería hablar con el rey debía decir algo para impresionarle. Pero ¿cómo impresionar al más impresionante rey asiático de la Edad Media?
Finalmente, Ruy González de Clavijo, que así se llamaba el embajador llegó ante el gran Tamorlán, tragó saliva y le dijo. “Vengo de una ciudad sobre agua construida. Sus muros de fuego son y gatos son sus habitantes” Os podréis imaginar que inmediatamente, todas las miradas se dirigieron al anillo de Tamorlán pensando que este se oscurecería inmediatamente ante semejante barbaridad y la cabeza de Ruy no volvería a Madrid sobre sus hombros.
Pero no fue así, el anillo permaneció claro y Tamorlán, impresionado colmó a Ruy González de Clavijo de parabienes, volviendo a su casa investido de gloria y honor y contando todo en un libro “Embajada a Tamorlán”. De hecho, tanto regocijo causó su estancia que hoy un barrio de Samarkanda se llama “Madrid” y la avenida principal lleva el nombre de Ruy González de Clavijo.
Espero que esto sea un aliciente para que os dirijáis hacia allí ahora mismo. Pero…. os estaréis preguntando ¿qué ciudad era esa y porque no había dicho el embajador ninguna mentira? Pues sí, la antigua ciudad de Madrid estaba construida sobre una zona pantanosa y fueron los árabes (¿quién sino?) los que inventaron un sistema de drenaje que permitió “edificar sobre el agua”. En la construcción de la muralla madrileña se utilizó, lógicamente, la piedra que había más a mano, que en esa época era piedra de pedernal. Y Ruy González pensó, “Bueno, si con dos piedras de pedernal que chocan salta una chispa y se puede encender un hoguera, con una muralla hecha a base de pedernal podríamos considerar que “sus muros de fuego son” y la última parte de la historia quizá es más conocida ya que de todos es sabido que los madrileños son llamados gatos (en muchos carteles de las fiestas de San Isidro aparecen gatos) pero… ¿Por qué? Cuentan que cuando los reyes cristianos intentaban escalar los muros de la ciudad para conquistarla a los árabes, varios madrileños les indicaron por donde debían escalar y subieron los primeros ya que conocían bien la muralla y por donde era más fácil la escalada, de forma que cuando los cristianos conquistadores vieron como los madrileños subían con tanta agilidad alguno dijo: “Si parecen gatos…” y de ahí, a Ruy González de Clavijo, y de ahí al gran Tamorlán, y de ahí a Samarkanda. Espero que os haya gustado.
4 comentarios:
Genial este último blog, ¿qué va a ser lo próximo? ¿relacionar el pan con tomate con la hamburguesa? Veo que has vivido las fiestas de San Isidro y que ya te estás volviendo un poco gato, je, je.
María
Jo Maria, encabezas el ranking de lectoras, ya que hacía tiempo que no publicaba e inmediatamente, tengo tu comentario. Me alegro mucho que te haya gustado. Un abrazo. Juanjo
Hola Juanjo
Feia temps que no sabia res de tu i he tornat a visitar el teu blog i m'ha fet gracia rellegir la historia de l'embaixador a Samarkanda
una abraçada i a veure quan ens tornem a veure.
Bon estiu
Tiene que ser un lugar genial.. Un abrazo fuerte!
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